Entre Arica y Punta Arenas, las capitales de las regiones que fijan los extremos de nuestro país, hay 5037 kilómetros. A la primera llegué el 1 de febrero, y a la segunda el 6 de marzo; invitado por la Democracia Cristiana para hacer talleres, sobre el proceso constituyente, a dirigentes políticos y sociales de las distintas regiones.
En estos viajes pude constatar algo que ya sabía y es bastante evidente: Chile es distinto en el norte y en el sur. No solo en el paisaje y en el clima (y en las turbulencias que se sienten durante el vuelo), sino también en los acentos y en el sabor del agua. Parecen países distintos, dos espacios ajenos en una misma tierra y que apenas se unen por el dibujo antojadizo de las fronteras, líneas que son indescifrables desde la ventana de un avión. Sin embargo, y esto también es evidente, son el mismo país.
Muchos, este último tiempo, nos hemos sentido en distintos países
sin la necesidad de viajar miles de kilómetros. A veces lo hemos sentido
caminando solo un par de cuadras. ¿Es por el estallido social? Quizás. Todas
nuestras ciudades han sido sacudidas, todas son distintas a como eran unos meses
atrás.
Tal como Santiago, en Arica y Punta Arenas las paredes de los edificios están
rayadas y los monumentos gritan consignas. ¿Puede gritarnos un monumento? Claro
que puede, para eso existe: para advertir que algo pasó y debe ser recordado.
Algo que se descubrió, que se conquistó, que se rompió; y que no podemos
olvidarlo. ¿Y nos gritaban nuestras ciudades antes del estallido? Lo hacían.
Nos gritaban que éramos países distintos dentro de una misma frontera.
¿Entonces por qué recién ahora nos sentimos a tantos kilómetros de distancia
entre nosotros? ¿Acaso no reconocemos los contornos de nuestras ciudades solo
porque están rayadas con pintura? Yo creo que no conocimos nunca esos
contornos. No quisimos verlos, por comodidad o por vergüenza. En otros casos,
por indiferencia, aunque quiero pensar que son los menos.
Por eso es que requerimos una nueva Constitución nacida en democracia: las instituciones no fueron capaces de canalizar un descontento generalizado, esa acumulación de frustraciones que millones de chilenos y chilenas sintieron (y sienten) al notar que no habría una red de apoyo para cuando las cosas no resulten como esperaban. Algo que tienen en común muchos compatriotas, muy distintos entre sí, que probablemente ni siquiera se conocen ni han cruzado miradas. Compatriotas que quizás piensan muy distinto, pero han sentido el mismo desamparo y la misma incertidumbre; y en eso sus caras se parecen.
Es evidente que no vamos a lograr nunca que Arica y Punta Arenas sean iguales, no tiene sentido intentar algo tan absurdo e innecesario. Pero, al menos, podemos intentar que ambas se sientan parte un mismo espacio, que sepan que no están juntas por el mero dibujo de una línea divisoria de aguas.
¿Se parecen Arica y Punta Arenas? Creo que no, pero algo deben tener en común si en sus paredes rayadas están escritas las mismas palabras.