Si creo que esta experiencia que merece ser rescatada, es porque, de algún modo, nos ha vuelto a relacionar con el concepto de igualdad, pero desde su lugar más primario: frente al dolor somos todos iguales, más allá de cualquier condición −socioeconómica, racial, sexual, de nacionalidad, en fin− que nos acompañe.
En un reciente artículo titulado “COVID-19 y los circuitos del capital”, cuatro investigadores provenientes de las ciencias sociales y de las ciencias naturales, advierten sobre cómo esta epidemia está relacionada con las “fronteras de la producción de capital”, en tanto provienen de procesos de económicos que extreman las condiciones de medioambientales y de ciclos de vida a tal punto que propician la creación y la transmisión de los patógenos.
Desde esta perspectiva, Mazzucato no sólo propone dejar atrás la narrativa de un Estado que sólo corrige al mercado, sino desmitificarla: el Estado ha hecho mucho más que solucionar las fallas del mercado. Ha creado y dado forma a mercados que hoy permiten a millones de personas acceder a nuevas tecnologías. No hay nada de excéntrico, entonces, en pensar que el Estado debe jugar un papel activo – o protagónico- en la creación de valor en la economía.