La receta de Carolina Tohá para hacer un tomate rocky.
Ingredientes:
Plumavit
Alusa plast
Tinturas ácido carmínico y amarillo crepúsculo.
Una hojita de algún árbol urbano del barrio.
- Con un cuchillo caliente corte el plumavit con forma de tomate.
- En un bol, mezcle el ácido carmínico con agua y agregue una pizca de amarillo crepúsculo hasta acercarse al color del tomate. Introduzca el plumavit y reserve.
- Después de un par de horas, saque el plumavit de la mezcla y forre con una redondela de alusa plast mientras está aún húmedo. Los bordes del plástico se pegarán solos y trate de hacerlos coincidir con el rabito del tomate.
- Introduzca la ramita con la hoja por el rabito para aportar un toque verde y orgánico y… voilá! Listo el tomate rocky.
Puede parecer chacota pero es muy parecido a la realidad. Los tomates ya no existen. Ese producto maravilloso que Latinoamérica aportó a la humanidad está en extinción, salvo que usted sea un busquilla con plata y tiempo que se pasea por las ferias orgánicas persiguiendo los últimos especímenes. Solo tenemos unos tomates hermosos e insípidos, duros y harinosos, que nos son ni la sombra del tomate chileno de siempre. Se les conoce como tomates rocky aunque no está bien establecido de dónde sacaron ese nombre.
El debate sobre los transgénicos y las semillas Monsanto tiene mucho que ver con esto, pero aquí vamos a hacer un alegato mucho más básico: no podemos renunciar al tomate y tenemos que hacer algo, ahora ya, para traerlo de vuelta a nuestra mesa. Los transgénicos son muy criticables, pero se defienden diciendo que, gracias a ellos, hay alimentos que se vuelven más accesibles y masivos. En el caso del tomate ese argumento no es sostenible, y probablemente suceda lo mismo con varios productos más. El tomate siempre fue accesible, incluso cuando los alimentos escaseaban y la desnutrición cundía en nuestro país, así que a otro perro con ese hueso.
El mundo entero se benefició de este producto endémico de nuestra región. Si no fuera por el tomate, no existirían los spaghetti al pomodoro de los italianos, la salsa a la vizcaína de los vascos, el gulash de los húngaros, el ratatouille de los franceses, el pa amb tomàquet de los catalantes. En nuestra Región, el tomate ha dejado su huella en recetas como la corvina chorrillana de los peruanos, el guacamole de los mexicanos y, obviamente, el pebre, el caldillo de congrio y la ensalada chilena. Y a pesar de que somos parte de su patria originaria, hoy, en nuestro país, no podemos acceder a él. Tuvimos los tomates de Angol y de Limache, el tomate rosado de Peumo, el Poncho Negro del Valle de Lluta, los tomates aplastados que no sé de dónde eran, y los feuchos y deformes que eras exquisitos, y ahora sólo tenemos tomates de frigorífero.
Me dirán que gracias a los tomates rocky hoy podemos encontrar este fruto incluso en invierno, y podría hasta aceptar esa excusa. El problema es que en verano las cosas no mejoran ni un poco y, en lugar de los jugosos tomates de antaño con sus celdas irregulares, su fragancia única, unos más rojos, otros más pintones, lo único que se encuentra son los mismos rocky del resto del año más algunas variantes exóticas como los tomates perita, los rama, los cherry y otras miniaturas todas muy ricas pero que no son ni parientes del tomate chileno tradicional.
Mi mamá nos enseñó a mi hermano y a mi cortarlo por la mitad, marcarle unos cuadraditos con el cuchillo y echarle encima un puñado de cilantro y ají verde picados, sal y aceite. Ahora no se puede hacer eso porque el centro es sólido como piedra. Nos enseñó a no pelarlo, porque eso es de mañosos, pero ahora la piel es dura como cuero de chancho. Nos enseñó a probarlo medio verde, porque toma una acidez distinta, pero tampoco se puede porque ya no están ni verdes ni maduros, sino suspendidos en un espacio abstracto, sin tiempo ni estaciones. Les aseguro que ustedes tienen sus propios recuerdos y sus recetas familiares.
Se hacen muchas leyes improvisadas y no quisiera aportar ideas para que se dicte una más: la ley del tomate. Sin embargo, creo que sería del caso que algún parlamentario sensible y sensato estudie una moción seria para traer de vuelta el verdadero tomate, para hacerlo accesible a todos como siempre fue, para defenderlo de las plagas rocky y de las variantes introducidas, y permitir así que esa experiencia dulce, ácida, colorida y fragante vuelva a ser parte de nuestros veranos.