En la década de los noventas la agenda internacional delineada por Estados Unidos y los países europeos, y que fluía a través de los organismos internacionales, consistió en promover un orden liberal sustentado en la democracia, libre mercado y promoción del multilateralismo. Chile, al igual
que varios países en desarrollo, convergieron y promovieron esos mismos intereses y principios. Por algunos años, no hubo mucho debate y cuestionamiento. Eran los años de bonanza de la globalización.
Pero poco a poco, nuevas temáticas se fueron tomando la agenda como las intervenciones humanitarias y problemas globales como el medio ambiente. Fue así como llegamos a cuestionar principios sagrados como no la intervención en asuntos internos versus la defensa y protección de los derechos humanos en el marco de un nueve eje: la Responsabilidad de Proteger. Ahora todo sería distinto. Si un gobierno no era capaz de respetar derechos mínimos de sus ciudadanos, la comunidad internacional a través del Consejo de Seguridad podía, si así lo acordaba, intervenir militarmente dentro de un país. Si bien no fue algo que se llevó a cabo de manera sistemática en cada país que violaba determinados principios, y con ello desnudaba cierta hipocresía de las grandes potencias, la señal era clara para la comunidad internacional. El respeto por los Derechos Humanos se posicionó como un tema relevante para el conjunto de la comunidad internacional.
Las posteriores crisis económicas globales y la incapacidad de las grandes potencias y los organismos internacionales de dar respuesta a problemas tradicionales de guerras y conflictos regionales derivaron en masivas crisis humanitarias de refugiados y migraciones que cambiaron rápidamente la agenda internacional. Lo anterior, como es conocido, dio pie al surgimiento de populismos en Europa y a personajes como Trump. El prestigio de los organismos internacionales cayó y la valoración por nociones de sociedades abiertas se cerró literalmente. Y América Latina, y Chile, no han estado exentos de estos debates y acciones.
La encrucijada está definida en la agenda de política exterior: nacionalismos versus sociedades multiculturales; supremacía del derecho nacional versus el derecho internacional y acciones unilaterales versus colectivas. Al respecto, observamos con asombro que las fuerzas conservadoras han empezado hacer, por primera vez, Política Exterior con mayúscula. Marcando una hoja de ruta que cuestiona ciertos valores y principios universales. Algunos nunca han creído en la importancia de los organismos internacionales, lo cual es legítimo, otros creemos que es contrario a los principios e intereses que países como Chile ha promovido.
El debate está abierto y las fuerzas progresistas y conservadoras de cada país tendrán que tomar una opción. Los consensos de política exterior parecen caerse como un castillo de naipes, ¿De qué lado de la historia estará la política exterior de Chile en los próximos años?
IMAGEN: Pintura al óleo del pintor peruano Fernando de Szyszlo (1925-2017)