Cuesta entender el apoyo que personajes como Donald Trump o Jair Bolsonaro despiertan. Pero cometeríamos un error si los consideráramos una excentricidad, una anécdota. Como esos errores graves que nos mandamos y de los que años después podemos reírnos. Con ellos puede que quede poco espacio para la risa. Pero más importante aún, ¿podemos contarnos un chiste similar en nuestro país?
Para evitar que Chile sea un día gobernado por alguien así, conviene preguntarse qué es lo que lleva a parte importante de los ciudadanos a imaginar que ellos son la solución a cualquiera de sus problemas.
Desde ya quiero hacerme cargo de quienes suelen comentar, cuando señaló las desgracias de Trump, Bolsonaro, Maduro, Ortega y otros, cosas como “¿Y Piñera no es lo mismo?” si lo dicen mis amigos de izquierda, “¿Bachelet no era lo mismo?”, cuando lo hacen desde la derecha. Y no. No son lo mismo. Ni de cerca. Te pueden gustar o no Bachelet y Piñera, puedes discrepar de todo lo que hicieron y hacen, pero tienes que estar muy sesgado ideológicamente para imaginar que cualquiera de ellos pueda ser un mandatario con las características de los populistas autoritarios y corruptos mencionados antes. Yo que sin duda en esa dupla me siento más cercano a Bachelet, y que tengo una mirada profundamente crítica a la gestión de Piñera, jamás lo compararía con Trump o Bolsonaro.
Un interesante artículo en The Atlantic explora esta pregunta en el contexto de las elecciones en EEUU. ¿Por qué los partidarios de Trump no pueden admitir que él sea lo que es? En síntesis, de manera muy convincente el artículo da cuenta de la efectividad del discurso del miedo, aquel del que Trump ha hecho marca descarada. Son ellos contra nosotros. Ellos quieren destruir todo lo que tenemos, todo lo que somos. Ellos, cuando tengan el poder y la oportunidad, van a arrasar con nuestros logros y nuestra forma de vida. Yo soy el único que queda para defenderte.
El discurso repetido una y otra vez, termina convocando a gente que efectivamente empieza a sentirse amenazada física y emocionalmente por “los otros”. En EEUU, por la izquierda radical o, como de hecho ha sido descrita la oposición a Trump por sus seguidores más extremos: “una banda de demócratas servidores de Satán, estrellas de Hollywood y billonarios que controlan el mundo mientras practican la pedofilia, promueven el tráfico de humanos y la inyección de químicos mortales en la sangre de los niños”. No han dudado en proclamar que Biden es una marioneta de este grupo secreto “con trajes oscuros”. A pesar del historial de Biden, que lo ubica inequivocamente en el ala derecha del partido demócrata (acá sería como de Evópoli), la cantinela va a seguir por los próximos dos meses y cerca de la mitad de los estadounidenses lo creerá (espero que menos de la mitad).
Lo que despierta el discurso del miedo, repetido, bien financiado y amplificado por redes sociales sin control ni responsabilidad, es la lógica tribal y la polarización. Dividir nuestro mundo en dos, lo que nos obliga a los ciudadanos a elegir a cuál tribu pertenecemos. Están con nosotros o con ellos. Y si estás con ellos, entonces eres una terrible amenaza para todos nosotros.
Es la misma lógica de polarización y miedo usada por todos los líderes autoritarios de la historia (Hitler, Stalin, Mao, Maduro, Bolsonaro). Yo soy quien los protege y los protegeré de los otros (los judíos, los comunistas, los imperialistas yanquis, los políticos corruptos), solo yo soy su única y final salvación.
Y a medida que esta polarización se radicaliza, se vuelve cada vez más peligrosa, porque se acepta en el líder lo que a todas luces sería inaceptable, pero que, psicológicamente es imposible condenar, porque él es quien nos protege. Eso explica por qué en EEUU los creyentes más convencidos de su fe no puedan dejar de apoyar a un presidente ateo, corrupto, que paga el silencio de una prostituta, que desprecia la vida, que manipula la Biblia. Todo se justifica y se le perdona, porque está cuidándonos.
Y es la misma lógica que aparece, todavía esporádicamente, en algunos de nuestros dirigentes. José Antonio Kast, Marcela Cubillos, por ejemplo desde un lado; Pamela Jiles, Hugo Gutiérrez, desde el otro, nos tratan de convencer una y otra vez que enfrentamos una definición radical. Son ellos o nosotros, no hay espacio para los matices, la variaciones, ni los colores. Blanco o negro. Los del “apruebo” son la izquierda radical, amigos de Satán, que quieren borrar todo lo que hemos construido por años. Los del “rechazo” son los pinochetistas nostálgicos que quieren llevarnos de vuelta a la dictadura y terminar con la posibilidad de vivir en democracia. Ambas caricaturas que buscan explotar el miedo y hacernos elegir un bando.
En el corto plazo, todas las fuerzas auténticamente moderadas y democráticas deberán enfrentar la dura prueba del miedo convertido en política y estrategia. En el largo plazo, el principal desafío de la educación será formar ciudadanos críticos, activos, tolerantes, abiertos a la diversidad, comprometidos con su comunidad. Porque esos ciudadanos, no sienten miedo y sin miedo, no pueden manipularnos.