Se que es difícil que algunos entiendan lo que sentí al aprobarse la norma sobre paridad en el proceso constituyente, especialmente algunos hombres. La emoción desbordada, el orgullo, la esperanza de cambios. Y todo, sólo porque se aceptara integrarnos en un 50% en la discusión de la nueva constitución. ¿Sólo?
Creo que se les hace difícil a algunos, incluso amigos muy queridos, entender el significado de esta sensación porque nunca han tenido que vivir las miles, millones de micro o macro humillaciones, ninguneos, silenciamientos, exclusiones que las mujeres vivimos todos los días. ¿Cómo no emocionarse entonces, al saber que nuestra próxima Constitución se escribirá en paridad? En nuestra sociedad, aún la voz que resuena fuerte en cada opinión, cada decisión, cada medida, cada política es masculina. Ronco y profundo, el mundo se mueve al son de ellos.
¿Hay más mujeres en todos los espacios? En general uno podría considerar que así es. ¿Hay mujeres en áreas que se consideraban monopolio de los hombres? Si, también parece ser así. ¿Hay hombres que han entendido que deben participar en igualdad en lo privado y compartir lo público con nosotras? Sin duda que se encuentran ejemplos de esto. Pero aquello que es excepcional, no deviene en general sólo por el paso del tiempo o la mezquina voluntad de quienes detentan la autoridad en los hechos y el derecho, históricamente.
Si, de alguna manera las cosas han cambiado, y para mejor. Ya no es tan sencillo pretender que no nos escuchan, que no hay valor en lo que aportamos. Ya no es tan sencillo relegarnos al ámbito privado, excluyéndonos de lo público. Pero la ausencia de mujeres en los espacios de poder, de opinión, de decisión, hacen de los cambios profundos, reales, duraderos un camino más lento y lleno de ripios, de desvíos y retrocesos.
Sin equidad, la sociedad está mutilada. Sin igualdad entre hombres y mujeres, nuestro país cojea. El poder tuerto se inclina siempre más hacia un lado, que no es el de las mujeres. Y no avanzamos hacia una sociedad en la que todas también tengamos cabida.
Rebela mi intelecto que no se entienda como lo esperable, lo deseable, la participación igualitaria de hombres y mujeres en la vida de nuestro país. Lo rebela que no esté claro y asentado que tenemos iguales derechos, de verdad iguales, en el discurso y en los hechos.
Los argumentos que son válidos y buenos para decidir algunas inclusiones, se estrellan contra el muro de los argumentos de la paridad obtenida sin mecanismos que alteren las decisiones “democráticas” del voto. La viga ciega la discusión, no nos ven, no se ven, y el ruido silencia la empatía, los acuerdos.
Cuando corremos una carrera con nuestros hijos pequeños, les damos ventaja porque sabemos que si no ganaremos. Si el punto de partida para lograr la equidad es tan dispar entre hombres y mujeres, ¿por qué no asegurar que la meta se alcance al mismo tiempo por todos y todas? Si queremos una constitución que sea expresión de los anhelos, valores, principios de nuestra sociedad, ¿por qué no asegurar que se construya entre todas y todos?