La frase del primo con la que intenta defender que supuestamente se había cumplido el protocolo en el funeral del tío -en relación a que habían respetado el número máximo de asistentes a un sepelio en medio de esta cuarentena- sigue resonando para muchos.
La familia –dice, cual El Padrino- “éramos veinte personas. Y muchos quedaron con las ganas de ir y no pudieron”. Sobre el resto de los presentes, todos trabajadores, agregó que “no, esos no se cuentan”.
Claro, esos tres sacerdotes (no precisamente purpurados), seis músicos y dos fotógrafos –con los que el conteo pasa de 20 a 31 presentes- simplemente, no, no se cuentan. No cuentan. Es más, no son personas. Tal cual. El protocolo para ceremonias fúnebres Covid-19 indica –según lo señalado por la Seremi de Salud RM- que “la asistencia al funeral debe tener un máximo de 20 personas”. El primo tiene razón, había 20. Los otros once entran en otra categoría.
Así, las cinco palabras que conforman la frase ‘No, esos no se cuentan’, se transforman en la alegoría perfecta de cómo un sector –que por lo demás detenta en gran medida no solo el poder político, sino también el económico en el país- percibe a nuestra sociedad.
Esos curas y artistas son la representación de tantos otros que no se cuentan.
Como las personas LGBT+ que siguen siendo de segunda categoría, sin derecho a casarse con alguien de su mismo sexo y menos a acceder como pareja formal o informal a adoptar. No, esos no se cuentan.
Como los migrantes. Los que vienen de esta región, no los nórdicos, anglosajones o del viejo continente. Me refiero a los mulatos, afroamericanos, latinos. Esos que han migrado arrancando de una situación de extrema pobreza y/o fragilidad política, para llegar a vivir a Chile, también en situación de extrema pobreza, pero -estamos de acuerdo- con estabilidad política. A ellos le ofrecemos un ticket gratuito de regreso a su país de origen, con el “compromiso” que no vuelvan por un buen tiempo. No, esos no se cuentan.
Como los que viven en barrios estigmatizados por el narcotráfico, que no vale la pena nombrarlos para no seguir ahondado en esa estigmatización. Será muy difícil que logren salir adelante y encontrar trabajo, porque cuando vean en su currículum vitae su lugar de residencia, probablemente ni siquiera se darán el tiempo de llamarlos. No, esos no se cuentan.
Como las miles de personas que en Petorca y sus alrededores que, en medio de esta pandemia, sobreviven con menos de 50 litros de agua diarios por persona, la mitad de lo que la OMS recomienda como un mínimo. No, esos no se cuentan.
Como los que viven hacinados y recién en 2020 las autoridades se enteraron que había un Chile así, pese a que cuando pasaban de regreso del aeropuerto de Santiago por la Costanera Norte, bastaba con que miraran por la ventana hacia el sur para que vieran esa realidad desde lejos. No, esos no se cuentan.
Como las personas con discapacidad física, cuyo Estado que las cobija ha preferido mirar para el lado y dejar que una campaña solidaria se haga cargo de la prestación en salud y rehabilitación que el mismo debería entregarles, y con la misma calidad que hoy reciben de manera altruista. No, esas no se cuentan.
Y así, podríamos seguir casi eternamente.
De ahí la necesidad y urgencia de construir un nuevo pacto social. De eso –y tanto más- se trata una nueva constitución. Ese lugar donde se acaban los “no, esos no se cuentan” y se cambia por un “sí, todos cuentan”.