El virus de la desconfianza afecta al gobierno. En política, este virus ya es una epidemia. Parlamento, partidos e instituciones de diverso tipo comparten los más bajos peldaños en la escala de credibilidad ciudadana. Pero cuando se afecta de manera tan grave al Presidente en persona, el virus puede ser letal.
Es un hecho que con una cifra que ronda entre el 6% y el 11% de aprobación ciudadana, todo lo que diga o haga el Presidente será tasado con sospecha por la ciudadanía. Si el Presidente tiene un historial nebuloso en materia de negocios, peor todavía. Solo hay que recordar que el concepto de “letra chica” en la política se acuña, precisamente, en el primer mes de su primer gobierno.
Por lo mismo, si la estrategia de La Moneda para este “marzo caliente” era copar la agenda noticiosa con medidas sociales y orden público, debió prever que la personalidad del Presidente y de algunos de sus ministros pueden conspirar con una transmisión fluida. Si todos dudan del mensajero, difícilmente se recibirá bien el mensaje. Si todos sospechan de las intenciones del gobierno, difícilmente se podrá lograr que, sea la política pública que sea, pueda ser ésta apoyada por la ciudadanía de buenas a primeras.
El diseño grueso del gobierno no era muy sofisticado: el gobierno vuelve a gobernar. Se retoma la cotidianeidad en el país (no se suspende el festival de Viña, sigue el campeonato de fútbol, los niños entran a clases); la economía no colapsa; y se retoma el control del orden público. Entre tanto, el gobierno logra acuerdo político en torno a dos materias sociales de alta visibilidad, como son las pensiones y el ingreso mínimo garantizado.
Pero sabemos que el Presidente Piñera tiene la asombrosa capacidad de girar en demasía cualquier tuerca que se le atraviese. Entre sus improvisaciones, sus hipérboles y sobre todo, su vanidad, es capaz de quemar hasta la más incombustible idea. Como cuando de tanto mostrar el papelito de los mineros hasta su esposa lo retó en cámara, ahora vuelven las declaraciones sin sentido. Y no llevamos ni 5 días del año político.
El discurso que pronunció al promulgar la Ley Gabriela da cuenta del problema: un proyecto de ley nacido y empujado por iniciativa parlamentaria, que el gobierno intenta capitalizar a su favor. OK, casi todos los políticos lo hacen. Pero de ahí a improvisar una reflexión acerca del abuso y las relaciones de género hay una gran distancia de prudencia y decoro político. Resultado: unas declaraciones absurdas que no quedaron claras ni siquiera después de la quinta aclaración, y así, el esfuerzo de entrar en buen pie a la semana de la Mujer se va al tacho de la basura.
El Coronavirus puede también agravar la poca credibilidad. Con apenas el primer caso de una persona, contagiada fuera de Chile, ya teníamos declaraciones formales del Presidente de la República. Y al segundo caso, el Ministro de Salud ya sostiene, en portada de diario, que el virus puede afectar la convocatoria al plebiscito del 26 de abril.
La sospecha de que se exagera la atención mediática hacia el Coronavirus para desviar la mirada sobre la contingencia interna solo se acrecentará con acciones y declaraciones de esa naturaleza.
Por eso, si el virus de la credibilidad afecta al gobierno y particularmente al Presidente, mala estrategia es abusar del tema. No solo mermará aun más los índices de confianza, sino que, peor aún, puede desviar la atención sobre lo que realmente importa, que son las medidas sanitarias de prevención de la enfermedad.
Como a Sebastián Piñera le gusta emular retóricamente a Patricio Aylwin, que revise la historia de cómo en su gobierno se enfrentó una enfermedad gravísima (el cólera) que se propagaba con fuerza en nuestros países vecinos. Con sobriedad, profesionalismo, y sin alarmar a nadie, la salud pública chilena nos tuvo comiendo lechugas y apio cocido durante un mes, sin que la epidemia se propagara gravemente en Chile.
Esperemos que esta vez el mensajero no apabulle el mensaje.