La proyección de contagio para la población Chile sigue siendo alarmante. Por más estrictas que sean las medidas de seguridad, especialmente en un país donde ya se han cancelado las actividades con más de 200 personas, y donde la próxima instrucción será quedarse en la casa salvo lo estrictamente urgente, no parece razonable persistir en una votación de esta envergadura.
Pero de querer mantenerse este proceso, enfrentamos una segunda gran dificultad. Una previsible baja participación electoral afectaría gravemente la legitimidad del proceso; y, peor todavía, cuando justamente es la legitimidad lo que ha estado en el centro del debate sobre nuestra Constitución.
Para rematar, y suponiendo que el proceso se realice de igual manera, es obvio que quienes se decidan a participar serán aquellos sectores más ideologizados de uno y otro lado del espectro, lo que significaría perder la principal virtud que le dábamos a este proceso eleccionario, que no es otro que reflejar el sentir de esa inmensa mayoría, que no siempre se manifiesta y que se aleja de las posiciones más de punta que han monopolizado el debate político en los últimos meses.
Puesto así, la gravedad de la pandemia que nos afecta fue la razón para que entráramos en razón. Es un hecho que el plebiscito se suspenderá. Ahora el problema es encontrar fecha y cuadrarla con las otras nueve elecciones que tendremos entre el 2020 y 2021.