¿Qué tienen en común la discusión del aborto, la eutanasia, el matrimonio igualitario e incluso la educación sexual? Tienen en común lo que hemos llamado muchas veces “discusiones valóricas”. Estas enfrentan, por una parte, lo que dice la ciencia e incluso los derechos humanos, y por otra parte, argumentos que terminan siendo completamente religiosos. En otras palabras, terminamos enfrentando peras con manzanas.
Hemos visto en Argentina los pañuelos naranjos, junto a los pañuelos verdes y morados, luchando por el aborto legal. Los pañuelos naranjos dicen “Iglesia y Estado, asuntos separados”. En Chile, el laicismo es una discusión que se encuentra al debe. Nos conformamos con que la Iglesia y el Estado se separaran en la Constitución de 1925, pero en la práctica, nos encontramos lejos de ser un Estado Laico. Lo anterior, mientras se siguen abriendo las sesiones en el congreso en “nombre de Dios” (y la patria, agregada apenas desde el 2012), o mientras las iglesias exponen como grupos de interés en las comisiones del congreso y en el tribunal constitucional, O mientras el Estado destina cuantiosos recursos a los cultos, (mayoritariamente a la iglesia católica y la evangélica), por ejemplo, a través del Ministerio de Bienes Nacionales.
Para que hablar del lobby que realizan las iglesias, ante algo tan importante para nuestra sociedad como lo es la educación sexual.
En este sentido, el proceso constituyente es una oportunidad para separar definitivamente las aguas en esta materia. Un Estado Laico significa respetar la igualdad de los ciudadanos como sujetos de los mismos derechos, respetando por tanto sus respectivos credos, sin que uno tenga mayor valor ni representación sobre el otro. Por otro lado, significa también respetar las libertades en un contexto de sana convivencia cívica, donde se valore y reconozca la decisión de cada persona, sin que el credo del legislador o del gobierno de turno se ponga por encima de la voluntad del individuo.
Hoy debemos dejar que el campo de influencia de las iglesias se limite a sus fieles y no decidan por la sociedad completa. Tenemos la oportunidad de elegir a los miembros de la convención constituyente, y votar por quienes trabajen por una nueva constitución pluralista y laica, no por quienes estén pensando en seguir imponiendo sus creencias. Es un deseo y una necesidad que los constituyentes sean ciudadanos que quieran construir un nuevo país pensando en el bien común de una sociedad más libre, justa e igualitaria.