Paredón, tinta roja, roja como las marcas que ponemos cuando hacemos cruces reprobatorias en un texto pero también en un muro cuando necesitamos pintar la sangre. La pared que no existe para contener el avance de una muerte posible, porque los que tenían y tienen que levantar el paredón, se nos fueron de fandango e insisten en hacernos creer lo contrario.
Y aquí seguimos después de más de cien días y de miles de muertos y enfermos, con esas ganas tremendas de llorar, que a veces –cada día más- nos inundan con razón.
Y el corazón no está de olvido. El corazón está haciendo memoria, obligándonos a recordar todos los días que venimos de una vida, donde las sospechas eran otras y otros los miedos, pero también nos está pidiendo que anotemos con nombre y apellido a quienes les debemos las muertes que no debieron haber muerto.
La rabia se acumula, y los malévolos siguen sin tener vergüenza por haber sido, ni dolor por seguir siéndolo. Al contrario: van a comprar vinos con escoltas, abren ataúdes y nos cierran en la cara la esperanza, a pesar del derrumbe de arenas que tantas vidas se lleva a cada rato.
Y mientras todo esto se convierte en el día a día que respiramos con mascarillas, cloro y amonio, somos las criaturas abandonadas que cruzan sobre el barro del callejón cuando todas las puertas están cerradas y ladran los fantasmas.
Tango para una pandemia, pienso y escribo, aunque en mi casa no haya una gotera todavía. Tango para una pandemia, el bandoneón chileno que no le pone música de fondo a una curda, porque no estamos borrachos, estamos heridos de muerte.
Vamos cuesta abajo, allá donde el barro se subleva al ver cómo las cifras de los que sufren suben como una fea golondrina con motor. Vamos en la rodada y el duende de tu son, che bandoneón, esta vez no se apiada del dolor de los demás, porque los demás somos todos menos ellos, los cosos de al lado que parecen estar de fiesta a costa nuestra.
Los días siguen pasando, terribles, malvados, pena a pena, hambre a hambre, miedo a miedo, y humillando este tormento, nos mienten hasta los huesos calados y helados, sin asomo de pudicia.
Te cuento, Piñera que esta es tu condena y tu fracaso. Te digo, además, que no tendrás un corso de astronautas y niños con un val bailando
alrededor, aunque te escondas en el jardín donde se pasean los piantaos de verdad, que están libres de culpa. Te lo digo aunque nunca leas lo que escribo en esta tarde gris.
REFERENCIA IMÁGEN: “Del pintor y creador catalán Antoni Tapies, obra “At Foll” (1973)”