Se pregunta Yuval Harari, en su interesante y provocador ensayo “Sapiens”, qué explicaría el triunfo del homo sapiens sobre todas las otras especies humanas que cohabitaron este planeta, y sobre toda otra especie. Concluye, fundada y convincentemente, que el factor diferenciador fue la capacidad humana de compartir historias, relatos en los que acordamos creer colectivamente, y que nos convierten en una comunidad.
Una de las razones por las que me gusta tanto esta hipótesis es que si los relatos e historias compartidas son lo que nos convierten en comunidad humana, entonces la educación es la herramienta fundamental que nos permite construir esa comunidad, definiendo sus contenidos y formando a cada uno de sus miembros.
Las condiciones inesperadas y extraordinarias que enfrentamos como especie, nos deben hacer recordar este mandato esencial para todo educador y educadora, y que se extiende a quienes tienen responsabilidad sobre los sistemas educativos (ministros, parlamentarios, funcionarios públicos, universidades y presidentes): la educación es generadora de humanidad.
A veces podemos pensar que la educación son las salas y las escuelas, o el currículo y la evaluación, o la gestión escolar y las normas que la regulan. Pero no, todos esos son sus instrumentos y medios, pero la educación es lo que hacemos para preparar y formar a cada persona para que desarrolle su máximo potencial como miembro de su comunidad.
Sería como confundir el juego con la pelota, el arco, el reglamento y la cancha. Desde niños aprendimos que cualquier terreno, esquina o pasaje puede ser cancha, que dos chalecos alcanzan para hacer un buen arco, que hasta una caja puede ser una pelota, y que el reglamento en el barrio es flexible. Lo importante es el juego.
El contexto de la pandemia ha suspendido, en el mundo entero, muchos de los medios e instrumentos a los que estábamos acostumbrados. Por eso es más relevante que nunca, preguntarse por lo esencial. No sólo para asegurar que mientras duren estas condiciones de excepción sigamos acompañando el desarrollo del máximo potencial de las personas, lo que nos obliga a cambiar las condiciones de apoyo para docentes y escuelas de manera urgente. Más que obsesionarnos con el retorno de la formas, nuestro desafío del presente es garantizar el fondo de nuestro compromiso educativo. Y frente a ello, no hay excusa que valga. Para nadie.
El momento nos ofrece además la oportunidad de, recordando lo importante, preguntarnos cómo queremos que sea el sistema educativo después de la pandemia, cómo aprovechamos la oportunidad detrás de la crisis, para repensar juntos qué queremos que nuestra educación ofrezca a cada persona para hacernos parte integral, activa y conciente de una comunidad humana mejor de la que encontró el coronavirus hace ya cuatro meses.